Biologia
Minerales y anfibios
Agazapado en la base de uno de los montículos, este freak se concentraba, entornaba los ojos y movía reptilianamente la cabeza para atrapar los destellos de los cuarzos bipuntados. Son diminutos, y están sueltos entre la tierra arcillosa. Si hace algo de sol, lo mejor es aprovecharlo para localizarlos, pues brillan casi como diamantes.Los trozos de fluorita también brillan. Son de color violeta o rosado (a veces incolora, o incluso amarillenta). Están por todas partes y pueden recogerse sin esfuerzo. Con paciencia se encuentran buenos cristales cúbicos simplemente revolviendo en el suelo. La baritina cristaliza en laminillas blancas o amarillentas mucho menos conspicuas, pero también tiene su cosa.
Estamos en una vieja cantera de espatoflúor (así llaman a la fluorita) al lado de la playa de la Vega, en Asturias. La mayoría de mis amigos no han buscado nunca minerales. Algunos no se interesan en absoluto y esperan pacientemente a que los fanáticos nos cansemos. Contemplan las largas olas, que constantemente depositan en la arena lentejas de fuel. Casi nos habíamos olvidado del puñetero Prestige. Hay huellas de dinosaurios en los acantilados cercanos; espero que esa porquería no las haya alcanzado.
Estaba un poco harto de ir a Asturias para torrarme. Esta vez, por fin, encontré la agradable niebla y la tolerable llovizna que se suponen propias de este país. En el Parque Natural de Redes, haciendo la ruta del río Alba, el camino estaba infestado de grandes babosas. Su color va desde negro puro hasta albinas, pasando por los tonos cocacola, gelatina roja, café con leche y vainilla. O sea, absolutamente apetitosas. En las paredes verticales que flanquean el río, crece, entre otras rupícolas, una discreta planta carnívora llamada tirigaña; sus hojas aparentemente inofensivas digieren los microinsectos que se pegan en ellas. Los rincones más húmedos de la roca están tapizados por la Lunularia, del grupo de las primitivísimas hepáticas, las plantas terrestres más simples que existen.
En un pequeño remanso del río, un charco repleto de renacuajos, vimos lo que nos pareció un sapo muy extraño. Resultó ser una hembra con un pequeño macho cabalgando encima. En seguida localizamos dos o tres parejas más en plena faena, y algunos solitarios enfurruñados. Nos acercamos para verlos mejor y sacar fotos*, cuidando de no resbalarnos con las algas ni pisar las innumerables frezas repletas de renacuajos embrionarios. La hembra contrajo su cuerpo, estiró las patas, y expulsó unos milímetros más de ristra de huevos. El macho, inmediatamente, los fecundó con otra suave contracción de sus partes traseras. Huevo, renacuajo, adulto, cópula y puesta. ¡Estábamos contemplando todo el ciclo reproductivo del sapo común al mismo tiempo! ¡Y sin encender un televisor!
Encontramos fácilmente los cargaderos de la abandonada explotación Carmen que mencionaba el folleto. Vertían un buen montón mojado de mineral de hierro sobre el camino, tiñéndolo de granate. Trepé para coger alguna buena pieza de hematites, acompañado por un perro que nos habíamos encontrado; debía de ganarse la vida como guía en la ruta, y le pagamos con fuagrás. Abstraído, de nuevo, por la pasión mineralista, casi me estampé contra las colmenas que había allí arriba. Una de las abejas, de hecho, quiso atacarme, y por sacármela del cuello me puse perdido de barro metálico.
Pero lo mejor de todo fueron los enigmáticos tritones, de piel granulosa y moteada, con un verde casi fosforescente que se hacía oliváceo y oscuro al sacarlos del agua. Compartían un abrevadero con larvas de libélula, grandes notonectas, y nuestros ya conocidos renacuajos de sapo. Había al menos cinco o seis, que quizá llevaban allí toda su vida. No fue difícil cogerlos, pero sí mantenerlos agarrados un rato; llegué a tener un macho crestado** y una hembra al mismo tiempo en mis manos aún manchadas con restos de mineral. El hierro me hizo pensar en la sangre, la sangre del tritón y la mía propia, en el parentesco que nos une con aquellos fantásticos salamándridos. En lo mismo de siempre: la evolución, porque nuestros antepasados también fueron, hace mucho tiempo, escurridizos anfibios de los charcos.
Hay grandeza en esta visión de la vida, como dijo Carlos Darwin, etcétera, etcétera.
*Las fotos las hizo Yildelen, que estuvo allí con la cámara incrustada en el ojo todo el tiempo.
**Por esa cresta, entre otras cosas, pienso que se trataba del tritón alpino Triturus alpestris, pero no estoy seguro. Agradecería cualquier corrección o confirmación. Al parecer en esa zona también vive, y es más común, el tritón ibérico Triturus boscai, cuyo macho carece de cresta dorsal.
Nota posterior: En realidad eran tritones jaspeados (Triturus marmoratus). Gracias por la corrección a Alejandro, de Cantabria.
© El PaleoFreak
2003-04-22 | Haz un comentario (hay 42)
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