Amigo por geólogo y por bilbaino.
La Rarologia (ya sabes, ese montón de revistas, etc. centradas en temas como la telekinesia y las caras de Bélmez) repite hasta la saciedad un argumento fundacional: la ciencia oficial es dogmática y se niega a investigar los hechos que se apartan de su ortodoxia.
No lo demuestran, lo repiten con una insistencia comprensible ya que viven de este concepto. Necesitan aparecer como los investigadores más auténticos, los únicos que tienen la mente abierta y abren nuevos caminos insospechados al conocimiento.
La rarología provoca a sus lectores una emoción esotérica, un estremecimiento ante unos poderes misteriosos que mueven el mundo
sin los inconvenientes de pertenecer a una iglesia y tener que cumplir con sus liturgias, prohibiciones e impuestos.
Sin embargo, cuando esos metacreyentes intelectualizan su afición, buscan una justificación lógica: son más científicos que los científicos oficiales.
Las religiones oficiales, pese a tener, ellas sí, un dogma y una ortodoxia rígidas como el granito, han copiado el argumento fundacional de la rarología: los escépticos tienen la mente estrecha y se niegan a aceptar que hay otras realidades aparte de las físicas (espíritus, infiernos, milagros
).
¿Qué se les puede decir? Cuando un adulto no es capaz de enfrentarse a la realidad material del mundo y todavía necesita refugiarse en vidas eternas, ángeles de la guarda y encendido de velas para obtener favores, es que algo ha fallado en el proceso de su madurez. Apenas si han superado el Ratoncito Pérez.
No mejoran con razonamientos sino a través de un proceso personal de sinceridad que algunos jamás recorrerán, puesto que les falta la valentía y la honradez intelectual necesarias.
Que sigan pues con sus velas, que hoy en día son eléctricas y se encienden al echar un euro.
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